Viaje al corazón de la emigración (3): el dilema del buen samaritano.
Los casos de malversación de fondos destinados a ayudar a países pobres que necesitan desarrollarse o que padecen catástrofes naturales son, desgraciadamente, numerosos. Los Gobiernos de estos países se apropian, con frecuencia, de la ayuda internacional que reciben, o condicionan su distribución de modo que se despilfarra. E incluso hay veces en que utilizan ese ‘balón de oxígeno’ para perpetuarse ilegítimamente en el poder. Pensemos en la actual Zimbabue, tan necesitada de auxilio económico internacional. ¿Deberíamos ayudar a este país, sabiendo (como sabemos) que la ayuda probablemente la gestione, en todo o en parte, y para beneficio propio, un gobernante corrupto, como es Mugabe?
El dilema de la ayuda a un país emigrante.
El dilema del samaritano también asoma en el caso de la ayuda a los países emigrantes. Una forma de encarar el problema de la emigración, quizás la más radical y mejor, es la de frenarla ‘in situ’, es decir, ayudando a estos países a retener a su población emigrante mediante el fomento de las actividades económicas nacionales y consiguiente creación de empleo interno. Si la ayuda internacional, pública y privada, al desarrollo de los países pobres siempre ha sido necesaria, en las actuales circunstancias migratorias se hace más perentoria. La cuestión estriba en su aplicación. Debería utilizarse con provecho y no con negligencia, despilfarro o incluso perversión.
Pondré dos ejemplos de esto último. Si parte del dinero donado sirve, directa o indirectamente, para que los habitantes del país puedan adquirir más medios o vehículos migratorios, más veloces, disimulados y eficaces, de modo que se potencie la emigración, el remedio habrá agravado la enfermedad. Así mismo sería perverso que el Gobierno del país en cuestión se aprovechase del hecho de que las ayudas internacionales estén vinculadas a inversiones en infraestructuras, educación, sanidad etc. para recomponer su presupuesto fiscal dedicando menos recursos nacionales a estos destinos e incrementando el gasto militar, protocolario, superfluo e incluso suntuario.
Bochorno en Dakar.
En nuestra reciente visita a Senegal, creemos haber percibido algo de esta perversión. Así, un mediodía, mientras paseábamos por Dakar, presenciamos un bochornoso espectáculo: el paso del convoy de automóviles de lujo (contamos más de veinte) que acompañaba a la pomposa limusina del Presidente del país, en la que éste se dirigía a su residencia oficial, una Casa Blanca estilo Washington.
El bochorno que sentimos no se debió tanto al descaro con que el sol martilleaba Dakar como al impudor de aquella exhibición automovilística en la capital de un país en el que apenas hay transporte público, siendo tan caro donde hay que sólo lo utiliza la gente pudiente, y donde la inmensa mayoría de los coches y microbuses privados que circulan por sus maltrechas rúas y carreteras son cacharros tan viejos y contaminantes que estarían absolutamente prohibidos en Europa.
Las carreteras en construcción mostraban paneles indicativos de sus fuentes de financiación, pero ninguna de ellas hacía referencia al presupuesto nacional senegalés, lo que nos llevó a sospechar que el lujo del parque automovilístico del Presidente se debe en parte, o en todo, a los recursos internos liberados por la ayuda internacional al desarrollo de infraestructuras viarias y a otras obras públicas, los cuales, en ausencia de tal ayuda, muy probablemente habrían sido utilizados en estas inversiones.
De nuevo, el corazón y la razón, pero ‘dando al César lo que es del César’.
En mi artículo anterior, evocaba un pensamiento de Pascal para advertir que la verdad (la humana, dejo aparte la divina) no es un patrimonio exclusivo de la razón. Ahora me atrevo a sugerir que quizás la mejor manera de aproximar la verdad y, sobre todo de administrarla en su imperfecta aproximación, es un matrimonio entre razón y corazón, entre ciencia y conciencia.
La razón no se basta para acorralar toda la verdad, y menos para faenarla, pero en cambio es poderosa, casi todopoderosa, para descubrir y deshacer todas las mentiras. De ahí que el corazón la necesite como un ángel guardián que le asesore y proteja frente a algunas de sus corazonadas, las que tienen mayor riesgo de ser ingenuas o malsanas.
La razón debe tener corazón y el corazón tiene que ser razonable. Sin embargo, este matrimonio no siempre es tranquilo, sino que con frecuencia estalla en tormentas de dudas y tensiones.
A pesar de todo, caminemos entre ascuas, que no nos quemaremos.
El periodista Albert Oliveras en su libro «VICENTE FERRER- La revolución silenciosa» cuenta que preguntó a este admirable (y admirado) misionero laico si en su labor humanitaria en Anantapur (la India) no había temido que se malgastase o despilfarrase el dinero que prestaba a los campesinos desclasados. Su respuesta fue que, en efecto, tuvo muchas y tormentosas dudas, pero que gracias a que no dudó ante ellas, su obra prosperó.
Así pues, amigo samaritano, no dudes en abrirte paso entre las dudas, por muy ardientes que sean.