Naiara dio a luz a Izar de tal modo que ambas lucieron. Fue un alumbramiento estelar. Sé que rozo la hipérbole, pero no puedo evitar ufanarme del buen parir de mi hija y del buen nacer de mi nieta. Porque Izar, que por cierto significa estrella, abandonó el claustro materno de la forma soñada por cualquier parturienta: rauda, sin complicaciones, causando no más que livianas molestias. Así nos lo confesó su madre y atestiguó su padrazo, Mikel, que le acompañó en el parto.
Llegó a la luz el 23 de enero, meses después de que la naturaleza pariese la Covid-19, nueva enfermedad zoonótica que está oscureciendo la vida humana en el planeta. Recuerdo que, cuando a finales de febrero estalló un brote del coronavirus en Vitoria-Gasteiz y pocos días después Izar se deslució con fiebre, jadeos y tos, me asaltó el temor de que se hubiese contagiado en alguno de mis paseos con ella por la calles de Galdakao exponiéndola a las espontáneas, e inevitables, caricias de gente amistosa. También me acuerdo de que sentí un gran alivio al saber que su huésped no era el SARS-Cov-19 sino el VRS, virus que provoca bronquiolitis. Para superar esta infección, muy frecuente entre bebés, le habría venido de perlas el aliento libre de la primavera, pero la declaración del estado de alarma sanitario forzó su reclusión en el confín del hogar. Afortunadamente, gracias a un sinfín de arrumacos, carantoñas y achuchones de su familia, hoy su salud resplandece. De la luz a la oscuridad y de la oscuridad a la luz, este ha sido el cuneo de Izar en sus primeros ocho meses de vida. No debiera sorprendernos, porque así se ha balanceado la humanidad a lo largo de la historia.
Abro el libro de la historia en la página 1945 de la era cristiana, año en que nací, y en la que se registra un tránsito realmente histórico: De una guerra mundial que apagó la vida de millones de seres se pasó a la firma de unos acuerdos de paz que iluminaron el futuro. Se creó la Organización de Naciones Unidas con los objetivos de mantener la paz y seguridad entre las naciones, fomentar la amistad y cooperación entre ellas y armonizar sus esfuerzos en la lucha contra los problemas globales. El pasado día 21 se inició la celebración de su 75º aniversario. Su Secretario General, el portugués António Guterres, compareció ante la opinión pública felicitándose porque la ONU, si bien no ha logrado evitar guerras en el mundo, sí ha conseguido que ninguna fuese la tercera guerra mundial. Evidentemente en la trayectoria de esta organización hay sombras, y algunas muy tenebrosas, pero predominan las luces. Aunque a trompicones, la humanidad ha progresado por la ruta alumbrada por la ONU y sus filiales (FAO, ACNUR, BM, OMS, UNESCO, UNICEF). La historia invita al optimismo.
Vuelvo ahora al 2020, el año de Izar. Se dice que el mundo está en guerra contra el coronavirus, con un parte provisional de treinta millones de infectados, un millón de fallecidos, las relaciones internacionales y sociales amputadas, el comercio y la economía con cuidados intensivos… Y a pesar de ello la pandemia sigue y sigue debido a necios comportamientos de seres que se supone pertenecen a la especie del “homo sapiens”. Al parecer, la sapiencia que hemos alcanzado con la evolución de las especies no nos libra todavía de caer en la necedad, que no pocas veces resulta catastrófica. Cabe discutir si ha sido el azar o la acción humana (agresión a la naturaleza) lo que ha causado la zoonosis de este virus, pero es incuestionable que la expansión y la persistencia de la Covid-19 se deben, sobre todo, a la irresponsabilidad e incluso la insolencia de mucha gente, clase política incluida. Pero esta guerra biológica acabará y el “homo sapiens” sobrevivirá. Los científicos no lo dudan y la historia también lo acredita: ya ha habido otras pandemias y ninguna ha exterminado nuestra especie. La cuestión es cuándo terminará y con qué coste en vidas humanas, bienestar material y paz social. Siempre nos quedará, como último recurso, la ímproba “inmunidad de rebaño”. Así pues, renovemos nuestro voto de optimismo, al menos como grupo o especie. El rebaño, aunque mermado, seguirá su curso. Sin embargo, que sobrevivamos individualmente dependerá en gran medida de nuestra lucidez, de saber conducirnos con acierto frente a esta ola pandémica y las que vengan. Porque sin duda llegarán otras. La naturaleza, hostigada por la recurrente estulticia humana, será como el mar azotado por el temporal, lanzará nuevas oleadas víricas contra nuestras vidas. En consecuencia, seamos algo más que optimistas, comportémonos con un optimismo lúcido.
Lucidez, he aquí una palabra apropiada para dar la bienvenida a Izar. En parte, porque late en su propio nombre: las estrellas tienen luz. Pero, sobre todo, por su oportunidad. Ha llegado a este mundo cuando este rebosa de complejidad, incertidumbre y desafíos. Se necesita mucha lucidez para abrirse camino por él y conseguir “bien estar” en él. Así pues le doy la bienvenida deseándole que se cargue de luz, que tenga buen ojo para la vida que le espera. Ni decir tiene que la lucidez se consigue con la educación. Educar viene del latín «educere», que significa extraer. En el caso de Izar, confío en que la educación que le faciliten sus padres le sirva para extraer de sí misma el potencial de luz con que ha nacido. Luz para iluminar e iluminarse, y no tanto para lucirse. Donde hay lucidez sobra el lucimiento.