El día que me habló el Bosque Pintado

El día que me habló el Bosque Pintado

Era la primera vez que me acercaba a Oma para visitar el bosque de pinos pintado por Agustín Ibarrola, allá, entre los años 1982 y 1985. Lo hice en buena compañía, el pasado 10 de junio, como ya he adelantado en la anterior entrada a este blog. Había oído hablar mucho sobre él, bien y no tan bien; en definitiva, opiniones dispares, muchas de las cuales rezumaban torvos prejuicios. Tuve suerte en mi visita, pues esta vez fue el propio bosque quien me habló.

Entramos en el pinar por la parte baja de la ladera en que está asentado, de modo que, conforme lo recorríamos, íbamos subiendo. Fue premonitorio, pues en mi búsqueda del significado de la obra de Ibarrola, fui también ascendiendo, en tres etapas, de menor a mayor lucidez. En la primera me limité a mirar los distintos pinos del bosque, como cualquier visitante, sin apreciar otra cosa que la belleza de las figuras pintadas en cada uno de sus troncos. En la segunda, tras advertir las señales de madera, en forma de flechas, que estaban colocadas estratégicamente en el suelo, pude admirar las figuras colectivas formadas por el alineamiento o yuxtaposición, en perspectiva, de lo pintado en varios árboles. Para ello era necesario colocarse en el punto de mira de los indicadores. En la tercera etapa, mientras descansábamos tomando un refrigerio, me pregunté por el mensaje global (si alguno) que nos trasmitía Ibarrola con su Bosque Pintado. Quizás tocado por el embrujo del lugar, me ilusioné con la idea de que el artista basauritarra hubiera dejado su obra deliberadamente abierta a la interpretación, para que cualquiera que fuera a observarla la pudiera cerrar con su propia imaginación. Y en consecuencia empecé a imaginar.

Me socorrió el recuerdo de una frase de James Joyce sobre la mediocridad humana, que más o menos dice lo siguiente: “No hay seres humanos mediocres, solo hay observadores mediocres”. Entonces, escudriñé las figuras con forma de ojo que estaban pintadas en muchos pinos. Me pareció que me devolvían la mirada, pero no para verme sino para hablarme. Mi imaginación se excitó. Ahora veía ojos desorbitados que no podían contener su elocuencia, hambrientos de voz. Y los imaginé con voz en sus párpados, unos párpados que comenzaron a moverse como labios parlantes. Lo que pasó a continuación fue de película de dibujos animados: la voz corrió armoniosamente por el bosque y todo el bosque se puso a hablar. Agudicé mi fantasía para poder oír lo que decían. Me sorprendió escuchar que los diferentes párpados, ojos y figuras policromadas predicaban lo mismo. Era una voz unánime, coral, boscosa. El Bosque Pintado voceaba esta bienaventuranza: “Afortunadas las personas que saben mirar, porque contemplarán los misterios de la vida”. Llegué a la cima de la lucidez.

OJOS PARLANTES

   OJOS PARLANTES

Cuando abandonamos el pinar, de camino a Basondo, caímos en las garras del sol. Mi imaginación se evaporó por el calor, pero el mensaje que, con su ayuda, había extraído de la enigmática obra de Ibarrola conservó su frescura. Aquí, ahora, le pongo nombre: “Elogio de la mirada”. El Bosque Pintado, según mi interpretación, es una loa al arte de mirar, y una invitación a observar con inteligencia y honestidad el mundo en que vivimos; con inteligencia, porque pululan los agitadores de la posverdad; y con honestidad, porque con frecuencia ignoramos, o al menos no atendemos suficientemente, lúcidos “puntos de vista” por temor a que nos desalojen del confort de nuestros prejuicios. Así pues, mi osada exégesis me lleva también a intuir invitaciones éticas.

Confiando en que Ibarrola sea indulgente con mi atrevimiento,  insistiré en esta intuición. Los puntos de observación del Bosque Pintado, desde donde se avistan las figuras conjuntadas, me dan pié a pensar en la empatía. Fijémonos en la foto de cabecera de esta entrada tomada desde uno de estos miradores. En ella se entrevé lo que parece ser un ojo grande formado por fragmentos de ojos pequeños pintados en cinco pinos que, en perspectiva, parecen alineados. Imagino que nuestro artista sugiere que un ojo grande ve más y mejor que uno pequeño. Pero me atrevo a imaginar todavía más: Ibarrola proyecta en las personas lo que pinta en los árboles y, por eso, puedo pensar que la conjunción de miradas de quienes aparecemos en la foto, cribadas por el diálogo, da origen a una mirada de mayor alcance y perspicacia que cualquiera de las individuales. Este es precisamente el fruto de una empatía generalizada. Ponerse en el lugar de las demás personas, intentando con honestidad ver lo que ellas ven, nos permite aunar y cruzar visiones, llegando a ver algo que no veíamos o ver mejor algo que veíamos deformado. Y si «este ponerse en el lugar de» se socializa, todos los ojos (los nuestros y ajenos) se hacen más grandes, más perspicaces y más tolerantes con la diversidad. No me cabe duda de que hay un creciente movimiento empático detrás de las pancartas con eslóganes como «We should all be feminists» , «Por los derechos LGTBI en todo el mundo» (como se ha coreado estos días en Madrid)  y » Yo también soy inmigrante».

Sin embargo, muchas veces, sin darnos cuenta, perdemos la empatía. Contaré una anécdota. El mismo día que visitamos el Bosque Pintado fuimos a comer al restaurante Lekiza, en Basondo. Ya en la mesa, propuse un brindis. Haciendo un juego de palabras, voceé más o menos esto: «No solo somos magnos, sino que también somos magníficos, pues nuestra amistad nos magnifica.  Viva nuestra amistad». Una amiga me dio a entender que ella no se sentía integrada en el brindis, porque me había expresado solo con adjetivos en género masculino. Hablamos sobre ello. Terminé dándole la razón. Reconocí que, en efecto, arrastrado por la costumbre lingüística, había utilizado una frase que, entendida literalmente, no resultaba inclusiva. Pero también le advertí que, en este asunto como en otros, no basta con tener la razón sino que también es necesario gestionarla razonablemente y que duplicar, como ella sugería, los adjetivos, pronombres y sustantivos con el fin de integrar a ambos géneros no me parecía una solución razonable. Con la duplicación, los discursos, los escritos y las conversaciones se alargan y se afean de forma insoportable. Además tampoco se soluciona el problema, pues,  si decimos o escribimos «magno y magna», puede haber feministas que sigan reprochando que no se utilice la versión «magna y magno», pero en este caso podrían protestar los hombres (sin ser, por ello, «machistas»).

En el fondo, mi amiga tenía, y tiene, una buena razón: la razón que asiste al «feminismo justo», esa clase de feminismo que nos lleva también a los hombres a querer ser feministas. Por eso, me he esforzado en escribir esta experiencia en Oma sin incurrir (eso espero) en micro machismos literarios, pero sin recurrir tampoco a las penosas expresiones de «amigos y amigas «, «hombres y mujeres», etc.  He intentado ser empático con la causa feminista, pero sin locuras literarias.

grupo femenino

ALGUNAS DE NUESTRAS «WONDER WOMEN» Y SUS MARAVILLOSAS MIRADAS

A propósito, recomiendo visitar la web titulada DOCE MIRADAS, donde una docena de «mujeres, personas,  gente con sueños que imagina un mundo diferente»  (así se presentan ellas mismas),  ejercen el feminismo de forma enérgica e inteligente.  Dirección: docemiradas.net

Categories: Viajes

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