¿El huevo de otra serpiente?
En el fondo de esta crisis, desde su inicio hace ya tres años, hay una quiebra de la confianza. La desconfianza empezó en el mercado hipotecario de EE.UU, se propagó inmediatamente al mercado interbancario, bloqueó los canales de crédito hacia las empresas y familias, se hizo musa de las bolsas de valores, se adueñó de la economía real y ha terminado por recalar en las finanzas públicas. Y ni decir tiene que, a lo largo de este proceso, se ha recreado y recrecido ante la incapacidad de los Gobiernos para derrotarla. De hecho, es esta impotencia o “mal hacer” de la política y sus muñidores lo que está minando la confianza en algo más profundo y fundamental, como son los sistemas políticos y sociales vigentes en el mundo.
Las redes sociales están propiciando la propagación de desencantos colectivos, la rabia de grupos marginados, sobre todo de jóvenes, y las arengas de movimientos antisistema. En el ‘post’ anterior comentaba la invitación a una revuelta contra los bancos del ex-futbolista francés Eric Cantona. El ‘tsunami’ informativo que ha provocado el australiano Julian Assange a través de Wikileaks filtrando documentación comprometida de la Administración USA es la última de estas explosiones antisistema. Nada hay más corrosivo que desconfiar de los administradores de la “res publica”. Y en este sentido es desesperante comprobar que ya ni Obama despierta confianza.
La crisis y su tratamiento dentro de la Unión Monetaria Europea también están suscitando dudas sobre la supervivencia del euro. Desde su creación en enero del 1999 la divisa europea apenas había registrado problemas al amparo de una bonanza económica mundial, pero ahora, ante las primeras convulsiones serias, su arquitectura institucional cruje y, según algunos, se tambalea con gran riesgo de desplome. Rebrotan los recelos que sombrearon su origen en 1999, cuando no pocos dudaron de que Europa reuniese las características propias de un área monetaria óptima, a saber, la flexibilidad de precios y salarios, la movilidad geográfica de los trabajadores y la existencia de una hacienda europea suficientemente fuerte. Que once años después tanto la flexibilidad como la movilidad sean insuficientes dentro de la Unión Monetaria Europea hace todavía más necesario un presupuesto fiscal comunitario que sea capaz de paliar las dificultades económicas de aquellos países miembros que sufran perturbaciones asimétricas (como el reciente estallido de la burbuja inmobiliaria, que ha afectado más a unos que a otros). Sin embargo, no parece que haya voluntad política para cubrir esta carencia institucional, pues ni tan siquiera la hay (al menos, por ahora) para reforzar la débil gobernanza de la UME con la creación y el desarrollo de un mercado de eurobonos emitidos por el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera con el propósito de canalizar recursos a los países con problemas de deuda pública, mercado en el que podría participar, atemperando sus vaivenes, el Banco Central Europeo. La renuencia del Gobierno alemán a iniciativas de esta índole y su insistencia en que sean los propios países quienes resuelvan sus problemas de deuda con ajustes fiscales severos que, al menos a corto plazo, lastran la actividad económica, no contribuyen a confiar en el futuro de la zona euro. Además, no deja de ser irritante que los euroburócratas se suban el sueldo un 3,5% cuando a muchos ciudadanos europeos se les exige asumir grandes sacrificios.
En el caso de España, la desconfianza de los mercados financieros, al margen de si está o no justificada, está resultando letal, hasta el punto que para aligerar las finanzas públicas, el Presidente del Gobierno ha decidido eliminar la ayuda de 426 euros a los parados más necesitados, aquellos que incluso carecen de prestación por desempleo por parte de la Seguridad Social. Se les consuela con la esperanza de que diversas medidas (ninguna contundente), entre ellas ciertos alivios fiscales para las empresas (especialmente las PYMES) en el impuesto de sociedades, logren activar la economía proporcionándoles empleo. En definitiva, se les quita el pan a cambio de una pequeña probabilidad de encontrar un puesto de trabajo el año que viene o el siguiente. Lotería negra para estas navidades. Así de inmisericorde, en su impotencia o torpeza, está la política económica española, aconsejada por las “circunstancias” (ésta fue la palabra invocada por el Presidente Zapatero para justificar su viraje social el pasado mes de mayo). La falta de confianza en España se habrá agravado (supongo) con el caos que el gremio de los controladores acaba de provocar en el tráfico aéreo nacional e internacional. Sólo nos faltaban barbaridades como ésta.
¿Recuerdan la película “The serpent’s egg” de Ingmar Bergman? A quienes no la recuerdan o no la han visto, les diré que en ella se describe la Alemania de los años mil novecientos veinte, arrollada por una hiperinflación que, al saquear el poder adquisitivo de las clases medias y bajas, creó un enorme malestar social incubando el nazismo. Pues bien, hoy en día, la escalada de la desconfianza en la economía, la sociedad y la política, amenaza con ser, como lo fue la hiperinflación alemana, el huevo de algún monstruo. No sé cuál, pero… ¡rompamos el huevo antes de que surja de él alguna bestia!