La invasión militar de Ucrania, y en especial, el espantoso asedio que se cierne sobre su capital, Kiev, ha sacudido mi memoria, despertando recuerdos del film ‘The fixer’ (1968, proyectado en España como ‘El hombre de Kiev’) de J. Frankenheimer. Basada en la novela homónima de Bernard Malamud (Premio Pulitzer en 1967), que se inspira en hechos reales, la película estremece con la dramática historia de Yakov Bok- un judío descreído, reparador de casas, lector del filósofo Spinoza- que es acusado injustamente de un crimen horrendo (asesinato de un niño) en la Rusia zarista de principios del siglo XX, donde, en una de sus aldeas, vivía y trabajaba ocultando su origen racial debido a la rabiosa persecución que sufrían los judíos, y también a su desapego personal del judaísmo .
Todavía me acuerdo de la flema de Alan Bate (su intérprete) contestando al fiscal del caso: «Para obtener respeto, primero hay que tenerlo». El funcionario le había reprochado su falta de respeto al zar Nicolás II, que le había ofrecido el perdón y la libertad si se confesaba culpable. El zarismo necesitaba esta confesión para acallar a la opinión pública internacional, muy crítica con un enjuiciamiento trufado de antisemitismo. Yakov, en un brote de dignidad no exento de ironía, había rechazado la oferta alegando: “el zar no puede perdonarme lo que no he hecho”. En su decisión pesaba más la razón que la religión, el pensamiento de Spinoza que las prescripciones de la Torá, el repudio del embuste que la reputación de los judíos. Fiel a su oficio de reparador (fixer), le motivaba más reparar la verdad que el buen nombre del judaísmo. Como represalia, fue encarcelado y sometido a crueles castigos durante tres largos años, los cuales sobrellevó con entereza. Cabe imaginar, estirando la ficción, que en este calvario le ayudó el optimismo racionalista de Spinoza, expresado en pensamientos como este: «Un hombre libre en nada piensa menos que en la muerte, y su sabiduría no es una meditación de la muerte, sino de la vida» (Parte IV, proposición 67, de ‘Ética’). La película (y la novela) es un alegato contra la injusticia y a favor de la integridad moral del ser humano.
Retornemos al presente, a la Rusia de Vladimir Putin, un nuevo déspota aupado por la siniestra KGB y afianzado, con malas artes, en la cumbre de una democratura (dictadura disfrazada de democracia). Comparado con él, el zar Nicolas II fue un ángel. Ama el poder con locura, insania que le está llevando a devastar Ucrania para evitar, como lo hicieron antes otros países exsoviéticos, su acercamiento institucional a Occidente, escapando así de su influencia. Para ello no ha dudado en intoxicar los medios de comunicación social, bajo su control, con mentiras e infamias a fin de avivar en sus conciudadanos sentimientos antiamericanos, antieuropeos y antiukranios. Hoy Ukrania es ‘El hombre de Kiev’, víctima de una difamación (sus gobernantes, según él, son neonazis, genocidas, una amenaza para la seguridad de Rusia), juzgado injustamente y castigado con saña. Occidente y otras partes del mundo condenan el ataque de Putin, sus Gobiernos y diversas organizaciones internacionales- culturales y deportivas- sancionan severamente a Rusia tratando de disuadirlo, pero él sigue impertérrito con su destructiva invasión. El tirano ofrece a los ukranios perdón y reconstrucción si, admitiendo su desvarío, se someten a sus designios. Pero Putin, como el zar Nicolas II, no puede perdonar lo que los ukranios no han hecho. Exige que se respeten sus demandas con prepotencia, lo que le lleva a atropellar la buena educación, pues para obtener respeto primero hay que tenerlo. Estas frases en cursiva son ecos de la película que hoy resuenan tanto como las bombas que caen sobre Kiev.
Los ukranios están reaccionando con dignidad y entereza, como Yakov Bok en la ficción. Muchos de ellos, muy probablemente, serán masacrados, y los supervivientes cruelmente tratados durante cierto tiempo, pero al final Ukrania, como el ‘hombre de Kiev’, será libre. Y ya sabemos cómo terminó el zar Nicolas II: devorado por la revolución popular de 1918. Al déspota Putin no le espera mejor destino a tenor de lo que pronostican los entendidos. Tiempo al tiempo.