Del pasado…
“Lupus est homo homini…” escribió Plauto en su jocosa Asinaria (La comedia de los asnos), allá por el año 211 a. C. La frase completa traducida es: “El hombre es un lobo para el hombre, y no un hombre, cuando no se conoce cómo es”, y se encuentra al final del segundo acto, en el verso 495 (aquí). Su mensaje es claro: desconfía del desconocido, puede ser un depredador. Sin embargo este lúgubre pensamiento se disipa entre carcajadas en una comedia escrita para divertir.
Quizás por eso, porque era cómico el contexto en que Plauto la insertó, la frase tardó muchos siglos en circular por el mundo de la cultura con su carga de pesimismo antropológico. Aunque hay evocaciones en algunas epístolas de Cicerón y en los poemas tristes de Ovidio, hay que esperar hasta la época del Renacimiento (obras de Francisco de Vitoria, Bacon, Montaigne y Erasmo de Rótterdam) para toparse con el proverbio “homo homini lupus”. Pero fue a raíz de que Thomas Hobbes lo recogiese en su obra De cive (Sobre el ciudadano), publicada en 1642, cuando se disparó su popularidad. En el blog (aquí) de Antonio Marco Martínez (AMM) hay profusa documentación sobre ello.
Merece la pena reproducir la referencia de Hobbes, no sin antes aclarar que no está propiamente en el texto de De cive sino en la extensa dedicatoria al conde de Devonshire que lo acompaña. Lo traduzco del latín así: “Sin duda son veraces estos dos dichos: El hombre es dios para el hombre, y el hombre es lobo para el hombre. El primero, si comparamos los ciudadanos entre sí; el segundo, si comparamos las ciudades”. Digo que merece la pena, porque permite disipar un prejuicio y ponderar un sesgo.
El prejuicio es sobre su fama de pensador pesimista. Es una verdad a medias. Junto a una sentencia sombría, otorga también veracidad a otra halagüeña, como es que el hombre pueda comportarse con su prójimo como un dios. Explica además cómo: “La semejanza con Dios se logra por medio de la justicia y la caridad, que son las virtudes de la paz”. Como señala AMM, Hobbes conocía bien la cultura clásica, y aquí se hace eco de la costumbre greco-romana de declarar “divino” a quien hiciese grandes gestas en favor del pueblo (así, algunos héroes y emperadores), porque se creía que emulaban a los dioses, grandes protectores y benefactores de la humanidad. Así pues, según el filósofo británico, el hombre no solo puede ser capaz de lo peor, sino también de lo mejor.
Por otra parte, Hobbes se refiere a “ciudades” cuando menciona el comportamiento de lobo. Ciudades entendidas como Estados, imperios o sus instituciones gobernantes. Al comienzo de la dedicatoria, rememora la bestialidad con que Roma conquistó a otros pueblos; y la perorata del general Poncio Telemino en la que compara a la capital del imperio con un bosque-refugio de lobos. Por consiguiente, admite que la rapacidad se da también en la política, entre pueblos o/y sus Gobiernos, y no solo entre individuos, que es lo que puede parecer leyendo sus obras, como la propia De cive o la más famosa, Leviatán (publicada en 1651).
… al presente
Pasemos de la metáfora del lobo feroz a la amenaza real del sigiloso SARS-COV-2. Como ya se sabe a estas alturas de la pandemia, se trata de un patógeno con gran ímpetu reproductivo que se ha colado en el cuerpo humano y migra de unos cuerpos a otros con asombrosa rapidez. Esta se debe, en gran medida, a que no provoca síntomas en muchas de las personas infectadas, lo que propicia que sigan con su vida normal, multiplicando el contagio sin saberlo. No hay vacuna todavía porque no se conoce lo suficiente al virus y se desconoce también quién está realmente infectado (leo en El Pais del 8 de abril que, según estimaciones del Ministerio de Sanidad, el 90% de la población infectada está oculta, no registrada). Ante este desconocimiento, es natural que haya gente que no se fíe de otra gente, temiendo contagiarse. Plauto habría puesto la siguiente expresión en boca de “El Mercader”, el personaje desconfiado en Asinaria: Virus est Homo homini.
Y en efecto, hay personas que se comportan con agresiva desconfianza, escupiendo lo que le dicta su lado oscuro. “Vade retro, satana” (Véte atrás, satanás), parecen exclamar algunas con su lenguaje gestual ante otras que se aproximan por la calle o con las que coinciden en un supermercado o en la farmacia. Hay confinamientos de personas y de grupos que se defienden ante los extraños con irracionalidad, excesiva hostilidad, e incluso racismo. En EE.UU, la compra de armas se ha disparado un 40 % por motivos-se dice- de autodefensa. Hay negociantes rapaces en el mercado de material sanitario (de mascarillas, respiradores, medicinas). Hay plaga de bulos en internet y en las redes sociales que aumentan la confusión y avivan el miedo. Hay… eso, malignidad, virulencia.
Pero también se observan muchos casos de civismo y generosidad, de gente que se distancia con respeto y se confina en sus hogares con cordialidad, que comparte mascarillas y guantes, que hacen recados para vulnerables, que renuncian por solidaridad al cobro de alquileres… Hay empresas que alivian el padecimiento económico de sus clientes, y otras que compran y donan grandes lotes de material sanitario… Y hay personas que trabajan en la sanidad, en residencias de mayores, en ONGs, en actividades económicas esenciales, policías, guardias civiles, militares…, todas ellas cumpliendo con sus obligaciones hasta el punto de rozar peligrosamente la frontera del contagio. De hecho, un alto porcentaje de ellas han enfermado y algunas fallecido. Son los anticuerpos morales de una sociedad que lucha contra el virus. Hobbes, siguiendo la tradición de la antigua Roma, les habría llamado “dioses”. Hoy el pueblo, algo más comedido, prefiere considerarlos héroes. Mucha gente suele asomarse a balcones y ventanas, a las ocho de la tarde, para aplaudir al personal sanitario por su heroica labor. También yo lo hago, aunque en mi fuero interno dedico mi aplauso a todos los héroes, sin exclusiones. Y me animo imaginando una humanidad que se ovaciona así misma bajo una pancarta con este escrito: Homo homini heros est.
Y ¿qué pasa en la política?. No se ven héroes en ninguno de los tres escenarios: internacional, europeo y español. Tres flashes, uno sobre cada escenario. Sobre el primero: ante la insistencia de la OMS en que hay que enfrentarse unidos a un enemigo común, Trump amenazó ayer, 8 de abril, con restar financiación a esta organización por su mala gestión y previsión, acusándola de chino-céntrica; por lo demás, los Gobiernos nacionales siguen cada uno por su lado, a la búsqueda unilateral de material sanitario en una sucia guerra comercial. Sobre el segundo: ayer también dimitió Mauro Ferrari como presidente Del Consejo Europeo de Investigacion por desavenencias sobre el plan de lucha contra el coronavirus, poniendo de manifiesto que, en la UE, en el frente sanitario, sus países miembros también se defienden cada uno como puede; y frente a la pandemia económica que se avecina, continua el desacuerdo sobre cómo instrumentalizar las ayudas, si con financiación condicionada a reformas o bien mediante mutualización de deuda con emisión de coronabonos; en resumen, la UE sigue pareciéndose al mítico Prometeo, en su eterno sube y baja, cargado con la resbaladiza ilusión de una Europa unida. Sobre el tercero: hoy, el presidente Sánchez ha prorrogado el “estado de alarma” con el aval de todos los partidos políticos, pero la bronca entre Gobierno y Oposición ha sido tan estruendosa que su propuesta de un nuevo “Pacto de la Moncloa”, para reconstruir el país, parece un brindis al infierno. Se habla de este pacto como de un nuevo contrato social que requerirá cambiar la Constitución. Pero con los egoísmos nacionalistas crecidos y la feroz divergencia entre los partidos de izquierda y de derecha, abrir el melón constitucional puede resultar como echar carnada a las fieras. No hay generosidad, ni afán de concordia, solo se busca hincar el colmillo en el poder. No hay héroes políticos como los que hubo en la Transición.
Termino volviendo al principio, a Plauto, a la comedia. He leído que la risa es el lenguaje de la inteligencia. Y nos han dicho que es de inteligentes recluirse en casa. Lo hemos hecho. Pero, ¿reímos? Afortunadamente, sí. Veo, a través de televisión y redes sociales, que en los hogares bulle el buen humor; las familias se hacen comediantes; se cocina diversión; el miedo se disuelve en el chiste; la risa se burla del confinamiento saltando de balcón a balcón y de edificio a edificio, contagiando a todo el vecindario; jolgorio en las azoteas. Imagino la gran escena: el virus invisible por la calle, la risa ruidosa en las alturas; duelo entre contagios; virulencia contra carcajada. Me pregunto ¿quien vencerá?. Gana quien más resiste. Oigo la canción “Resistiré”. Me tranquilizo: hay esperanza.