¿A qué juega el Govern de la Generalitat de Catalunya?

¿A qué juega el Govern de la Generalitat de Catalunya?
Nota previa. Escribí estas reflexiones antes del 17 de agosto, pero las matanzas yihadistas en Barcelona y Cambrils congelaron mi ánimo de publicarlas y he guardado luto hasta hoy. Como el Govern ha reanudado su juego con más brío (anuncio de la Ley de Transitoriedad), no me parece ya inoportuno editar este escrito.

El juego al que me refiero no es el del Barca, el deportivo, el futbolero, aunque ya se sabe que el Govern de la Generalitat de Catalunya (GGC) y este club son fogosos amantes. Me pregunto, más bien, por el comportamiento estratégico del Ejecutivo catalán en su aventura independentista. La teoría de juegos o estrategias, de elástica aplicabilidad, sirve también para entender situaciones de conflictos políticos y sugerir soluciones desde principios de racionalidad. Clara Ponsatí, nombrada hace unos meses Consellera de Enseñanza, es una académica experta en este campo, especialmente en problemas de negociación, mediación y resolución de conflictos. Sin embargo, no parece que su incorporación al Govern vaya a servir, al menos a corto plazo, para buscar mediadores o nuevas vías negociación y de pacto, pues el President Puigdemont y su equipo, incluida la mayoría secesionista del Parlament, han empezado a disparar con fuego real contra la legalidad constitucional.

La vinculación con el independentismo de Ponsatí no es reciente. Ya en noviembre del año 2012 aleccionó a la ciudadanía catalana para que no temieran represalias del Gobierno Español, tales como un veto a la entrada de Catalunya en la Unión Europea (UE), si optaban por la vía de la independencia. Lo hizo en un artículo publicado en La Vanguardia con el título Beneficios, costes y teoría de juegosNo tardó mucho en ser represaliada, pues en junio del 2013, tras comprometerse también en la televisión Al Jazeera con declaraciones pro secesión, el Ministro de Exteriores, Sr. García-Margallo, presionó para que no siguiese ocupando la Cátedra Príncipe de Asturias en la Universidad de Georgetown. Sin embargo, este castigo no la amedrentó, como prueba su posterior participación en el secretariado de la ANC y, sobre todo, su decisión de subirse al carro del GGC ante las amenazas penales que se ciernen sobre quienes pilotan el procés y que ya han provocado deserciones.

El temor irresponsable, según Ponsatí.

En el mencionado artículo periodístico, Ponsatí plantea un juego de estrategias políticas entre el votante catalán medio y el votante español medio, representativos de sus respectivas ciudadanías, donde el catalán decide primero si independizarse o no, y el español decide después si aceptar o no lo decidido por el anterior, amenazando con vetar la entrada de Catalunya en la UE si esta opta por la independencia. Teniendo en cuenta esta secuencia de decisiones y los beneficios/costes que se contemplan en cada caso, la solución de este juego, también conocida como equilibrio de Nash, es que España acepte la decisión de independencia  y renuncie al veto.

Con esta solución España pierde lo que Catalunya gana: la ganancia de los catalanes consiste en los recursos que recuperan por librarse del déficit fiscal en que incurren con el actual sistema de financiación autonómica, mientras que la pérdida del resto de los españoles (vascos y navarros aparte) es su contrapartida, el adiós a su tradicional superávit. A pesar de ello, la decisión de aceptar la independencia catalana es menos mala que la contraria, ya que, de no aceptar y vetar la entrada en la UE, perdería todavía más (el superávit fiscal más el cúmulo de ventajas comerciales, financieras, y demás que ahora tiene y que perdería con los catalanes fuera de la UE). Así pues, la estrategia del veto va en contra de los propios intereses de los españoles y por lo tanto no resulta creíble que el Gobierno español la utilice como amenaza. Sería algo así como tirarse un farol. La profesora Ponsatí termina su artículo insistiendo en este mensaje y animando a sus paisanos a ser responsables. “Dar credibilidad a amenazas vacuas sería irresponsable”, son sus últimas palabras.

Ponsatí en primera fila, segunda por la derecha

Clara Ponsatí, en primera fila, en segunda posición a la derecha

El abrelatas

Sin embargo, el planteamiento de Ponsatí es cuestionable. Entre sus puntos débiles destaca uno que se presta incluso a la broma (con perdón, desde mi respeto a su trayectoria intelectual). Recuerdo un chiste de mis tiempos de profesor de economía: Tres náufragos se mueren de hambre en una isla. Solo les quedan latas de conservas. Uno es físico, otro químico y el tercero economista. Los dos primeros se desesperan buscando procedimientos técnicos para abrir las latas. «Ya tengo la solución», dice el economista: «Supongamos que tenemos un abrelatas…» Pues bien, “el abrelatas Ponsatí” es el supuesto de que la decisión de independizarse de España es factible, es decir, forma parte del conjunto de decisiones que el votante medio catalán puede efectivamente tomar. Y he aquí, precisamente, el problema: su carencia de realismo o de certeza jurídica.

El susodicho equilibrio de Nash es un castillo en el aire mientras no se base en el reconocimiento mutuo (por ambos jugadores) de que la decisión de independizarse es plenamente asumible. Algo que, de momento, no lo es. ¿O acaso el votante español medio acepta ya el derecho de autodeterminación de Catalunya? Y además no tiene lógica económica que lo acepte: ¿por qué va aceptar este derecho si prevé que, una vez aceptado, la secuencia del juego le lleva a una situación (equilibrio de Nash) donde pierde el superávit fiscal que viene obteniendo hasta ahora?. Hay pues un juego previo entre ambas partes en torno a la factibilidad de decidir independencia, o al derecho a decidirla, que Ponsatí supone resuelto pero que no lo está. La lección de la hoy Consellera de Enseñanza se enreda en un nudo difícil de desatar racionalmente, al menos, con racionalidad económica, que es la única que ella considera.

Puigdemont ante su nudo gordiano

El nudo se hace todavía más complicado si la cuestión de la independencia se aborda desde la racionalidad política o jurídica. Las discusiones sobre su legitimidad, legitimación, democracia, legalidad, etc. no tienen fin. Incluso rezuman fanatismo. Da la impresión de que mil razones que esgrimen unos no generan ni tan siquiera una duda razonable en los otros, y viceversa. El nudo parece ya gordiano. Quizás por ello, el President ha decidido (¿es su jugada maestra?) recurrir a la espada, como Alejandro Magno, para zanjar esta cuestión de una vez por todas. La espada en este caso es la DUI (Declaración Unilateral de Independencia) a desenvainar y manejar inmediatamente después del referéndum del 1 de octubre, el cual se da por ganado gracias a cómo va a convocarse. Agotada la etapa reivindicativa del “derecho a decidir”, piensan los líderes independentistas, no queda otra opción que dar cumplimiento express al “deber de decidir”. Y este se cumple jugando a los hechos consumados, presentando a Catalunya ante el mundo democrático como un Estado nuevo, nacido de las urnas, al amparo de una legalidad catalana sustitutiva o desconectada de la legalidad constitucional española. De esta manera, tan radical, aspiran a conseguir el reconocimiento que no se ha logrado hasta ahora con la diplomacia persuasiva del Conseller de Asuntos Exteriores, Raül Romeva.

El problema es que Puigdemont no es el poderoso Alejandro Magno y se arriesga a ser tratado como el grotesco Nicolás Maduro, que ha sido acusado de decapitar la democracia venezolana al sustituir con impostura la Asamblea Nacional parlamentaria por una servil Asamblea Nacional Constituyente. ¿Quiénes le acusan?: la mayoría de países democráticos, entre ellos los de la UE, que son precisamente aquellos cuyo aval tanto necesita el President. Mal asunto es que uno de los pocos gobernantes extranjeros (si no el único) que ha apoyado públicamente el procés haya sido el desacreditado Maduro. Y aunque sea una anecdótica coincidencia, mal agüero es también que la Asociación Nacional Catalana y la venezolana Asamblea Nacional Constituyente compartan el acrónimo ANC.

ajedrez (1)

¿Quién será quién?. Mejor que quede en tablas.

De posibles éxitos y fracasos

¿Sobreestiman el GGC y sus secuaces la probabilidad de éxito de su jugada?. ¿Subestiman las consecuencias de fracasar?. Me inclino por el sí en ambas preguntas, al menos si nos atenemos a lo que declaran en público. Empezando por la segunda, aventuro la siguiente explicación: creo que ha calado la idea del faroleo del Estado (de que sus amenazas son vacuas) que lanzó la profesora Ponsatí, con más entusiasmo que fundamento, en el artículo de La Vanguardia, de modo que forma parte ya del menú emocional con que los líderes del independentismo nutren su envalentonamiento y nublan su percepción del riesgo. No me explico de otra manera sus ufanas manifestaciones de que “no se atreverán contra todo un pueblo”, “no pueden encarcelarnos a todos y todas”, “¿acaso van a dejar en la calle a mis hijos (retórica de Junqueras)?” y otras frases similares. Sí, me parece que subestiman el alcance de las garras del Leviatán (el poder del Estado).

En cuanto a la probabilidad de éxito, lo tengo más claro: es muy pequeña, aunque los indepes alardeen de lo contrario. Aun suponiendo que la astucia del GGV logre sorprender al Gobierno español y se lleve a cabo el referéndum, creo que es muy poco probable que haya un “jaque mate” a la legalidad constitucional por al menos dos razones. En primer lugar, porque la consulta, aunque se celebre, no será reconocida con efectos vinculantes por el Estado, que la considerará ilegal, ni por la comunidad democrática internacional, UE incluida, que tan celosa es del principio de legalidad (sobre todo cuando chirría la legitimidad) y que tantas advertencias ha hecho ya en este sentido a los emisarios del GGC. Y en estas condiciones, la DUI y toda la Ley de Transitoriedad (anunciada ayer) serán un brindis al sol. Además, ¿con qué poder de coerción (y en última instancia, de fuerza bruta) cuenta Puigdemont para imponer su legalidad a la mitad (más o menos) de la ciudadanía catalana que previsiblemente la rechace y pida amparo al Estado?. En segundo lugar: observo demasiada calma en los terrenos deportivo, empresarial y financiero como para esperar con fundamento (alta probabilidad) que la desconexión pueda estar ahí, a la vuelta de la esquina, a un mes vista. La liga de fútbol, por ejemplo, ha empezado con el Barca dentro, compitiendo con normalidad, sin indicios de que esto no vaya a seguir. ¿Acaso han contratado a Dembélé para jugar en una Liga desconectada? Porque es ridículo esperar que la desconexión política no conlleve la deportiva, cuando la primera se hace a “cara de perro”. Se incendiarían los estadios.

En cambio, sí creo que la jugada del GGC tendrá un pequeño éxito colateral, o caza menor, que los grupos o partidos indepes tratarán de aprovechar como un premio de consolación y que quizás sea lo que en verdad buscan: ruido mediático; mucho ruido con el que esperan (¿ilusamente?) poder zarandear conciencias democráticas, dentro y fuera de Catalunya, que, según ellos, están, o bien dormidas, o bien equivocadas, o simplemente desinformadas. Y ello con el fin de reanudar el forcejeo político desde posiciones reforzadas tras unas nuevas y aguerridas elecciones autonómicas. Pero habrá que ver si logran consolarse.

Obviamente, puedo equivocarme en mis apreciaciones probabilísticas y tropezar con un «cisne negro», es decir, con una descomunal sorpresa. Lo fueron el Brexit y el Trumpismo según algunos (aunque otros lo discuten). Pero, en principio, puestos a esperar acontecimientos futuros, solo los apasionamientos delirantes, como la ludopatía y los fanatismos, llevan a soñar con los cisnes negros. La racionalidad, en cambio, es más comedida y se limita a conducirnos hasta el estanque de los cisnes blancos (los sucesos racionalmente previsibles).

Evocando a Ortega y Gasset  y a Voltaire

El juego político entre Catalunya y el Estado español viene de lejos y lo más probable es que continúe más allá del 1 de octubre. Hace ya 85 años Ortega y Gasset habló de él como un problema perpetuo, que no tiene solución (como el de la cuadratura del círculo, llegó a decir) y que por tanto obliga a ambas partes, catalanes y resto de españoles, a conllevarse. Lo hizo, como Diputado en Cortes, en el discurso que pronunció el 13 de mayo de 1932, durante el debate sobre el Estatuto de Cataluña. Sus palabras siguen sin tener desperdicio hic et nunc. Así pues, la idea de nudo gordiano la tuvo ya el filósofo de la «razón vital», aunque no pensó en la espada como solución, sino en la conllevanza mutua como modo de sobrellevar el problema.

Sabemos cuán efímera fue y qué trágicamente terminó (con la espada de Franco) la conllevanza que se acordó en la II República (el Estatuto de Autonomía de Nuria retocado en las Cortes). Y conocemos también cuán larga (en comparación con la republicana) y buena vida (aunque no haya sido la mejor) ha tenido la nueva conllevanza (los Estatutos de Autonomía de 1979 y 2006) auspiciada y custodiada por la Constitución de 1978.

Desde el año 2012, más o menos, se ha reproducido con gran virulencia el histórico descontento del nacionalismo catalán con el encaje de Catalunya en el Estado español. Llevamos cinco años de tormenta y tormento político por esta cuestión. No sé qué puede ser mejor, si la espada o algún nuevo modelo de conllevanza que implique cambios en la Constitución. Hagan los políticos su trabajo con honestidad (que con harta frecuencia no lo hacen, ni unos ni otros) y vivamos todos en paz, ya sea más o menos juntos, ya sea más o menos separados, siendo conscientes de que, al estar bajo la tiranía de un mundo cada vez más conectado, nunca podremos librarnos los unos de los otros, por mucho que reclamemos libertad o independencia.

Termino evocando a Voltaire y su célebre advertencia: Le mieux est l´ennemi du bien. Supongo que, en su juego político con el Estado español, el Govern de la Generalitat de Catalunya está buscando lo mejor para los catalanes. Y bajo este supuesto, respeto su afán, pero también, con este mismo respeto, me pregunto si el Govern no está buscando “lo mejor” poniendo en serio peligro “lo mucho bueno” que Catalunya ha conseguido hasta ahora. He apelado a Voltaire para desprestigiar los maximalismos, pero también podía haber recurrido a la sabiduría popular. Baste recordar el refrán: “La avaricia rompe el saco”.

Nota postrema. Entre «lo mucho bueno» que Catalunya ha conseguido está su grado de autogobierno. Que este logro no es nada desdeñable, ni siquiera para el ultra exigente GGC,  lo prueba algo lamentable que ocurrió pocos días después de la barbarie yihadista. Se elogió tanto la eficacia con que los mossos d’esquadra, las instituciones sanitarias y los equipos de emergencia catalanes reaccionaron ante el atentado que algunos portavoces del GGC no pudieron reprimir su vanidad y alardearon ante la prensa internacional de que la Generalitat había actuado como lo hubiese hecho un Estado independiente (sic). De ahí su insinuante reclamación: si su comportamiento fue de Estado, merece ser reconocida como tal. Bochornosa incoherencia. Pues, si efectivamente puede actuar, y actúa, frente a crisis tan dramáticas y complejas como la del 17 de agosto con la solvencia de un Estado independiente, ¿es coherente con esta realidad la acusación, lanzada por el GGC y sus correligionarios, de que Catalunya es un país tan oprimido, expoliado, reprimido, vejado, perseguido (estos adjetivos se han utilizado) por el autoritario Estado español que ya no puede sobrevivir sin una independencia express?. Incoherencias de este estilo son como las ventosidades que el decoro permite expeler en privado, pero prohíbe hacerlo en público, sobre todo si exhalan mal olor y el momento no es oportuno. Lamento tener que decir que las declaraciones de tales portavoces resultaron fétidas en momentos en que la única voz que debía haberse escuchado era la de una condolencia impoluta y unánime. 
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La España de las Autonomías: agrietada y sedienta de paz territorial
Categories: Reflexión

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