Democracia doliente

El dolor es el lenguaje que usa el cuerpo cuando tiene problemas. A veces susurra, pero también grita si son graves los males que alberga. Un cuerpo doliente es un cuerpo dotado de autocrítica, que se denuncia por no estar bien y urge a que se le apliquen remedios. Por eso tiene más posibilidades de sobrevivir que otro carente del lenguaje del dolor (carencia que, en medicina, se llama  “analgesia congénita”).

Se dice que la democracia es el cuerpo político más habitable para el alma de los pueblos libres porque, entre otras virtudes, no tiene analgesia congénita. En una sociedad democrática los problemas suelen doler, es decir, se advierten y se denuncian, exigiéndose soluciones. Las interpelaciones parlamentarias, las huelgas, las manifestaciones ciudadanas y demás protestas sociales son expresiones de dolor de un sistema político que no está bien, sea por fallos de diseño o de funcionamiento o de resultados. A veces los Gobiernos utilizan calmantes (gestos oportunistas, medidas-golosina y opiáceas esperanzas) con el fin de dar tiempo al tiempo confiando en que el tiempo lo cure todo. Pero cuando los problemas son muy lacerantes no hay analgésico que impida el grito. En este sentido, y en referencia a España, el emparejamiento de una corrupción política poco sancionada con una desigualdad social creciente “ha puesto el grito en el cielo”, convulsionando el firmamento político.

siqueiros-la-nueva-democracia-pintores-latinoamericanos-juan-carlos-boveri

Una persona enferma cuyo malestar  se agrava  suele cambiar de médico buscando nuevas curas. En democracia, y esta es una de sus virtudes, también se tiene este recurso: se puede cambiar de Gobiernos periódicamente mediante las preceptivas elecciones. El pasado 24 de mayo hubo oportunidad de hacerlo en Alcaldías, Diputaciones y en algunas Comunidades Autónomas. Y el dolor votó. En algunos lugares votó con tanta intensidad que se han desplomado históricas murallas, de cuya solidez habían alardeado sus defensores.  En otros se optó por seguir con el mismo médico (aunque quizás no con la misma medicina). Probablemente habrá médicos desplazados que insistan en defender que no hay medicina alternativa a la suya. Estarán en su derecho a defenderse. Pero, en cambio, conculcarían el código hipocrático si deseasen o, lo que es más indecente, propiciasen el empeoramiento de sus expacientes, acariciando la esperanza de que, una vez apaleados por la desafortunada experiencia, retornen arrepentidos a su ortodoxia.

Los grupos conservadores suelen esgrimir el refrán “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Pero ni siquiera hay que ser progresista, sino tan solo prudente, para replicarles que “es mejor lo bueno por conocer que lo malo conocido” cuando lo malo va camino de ser lo pésimo. Es tan intenso el dolor que sienten hoy en día los demócratas honestos que no sería de extrañar que en las próximas elecciones generales se atropellase al viejo refrán conservador.

Categories: Reflexión

Write a Comment

Your e-mail address will not be published.
Required fields are marked*