La teoría del ciclo político-económico dice que los Gobiernos toman las decisiones impopulares en la primera mitad de su mandato y adoptan las más gratas en la segunda con el fin de camelar al electorado y volver a ganar en las urnas. Coherentemente, la política informativa oficial (declaraciones, justificaciones y anuncios) arranca cargada de alarmismo y reproches al Gobierno precedente (si este ha sido rival) y termina preñada de buenas esperanzas y autocomplacencia. De este modo el ciclo político engendra un ciclo económico: la economía se deprime tras el parto electoral por causa de los severos ajustes que se introducen y los negros cánticos con que se los acompaña, y repunta durante el nuevo embarazo electoral por los estímulos que se inyectan o anuncian y el optimismo que se fabrica en los medios de comunicación afines.
Aunque todos los Gobiernos, independientemente de su sesgo político, suelen practicar este juego de manipulación, hay algunos que sobresalen sin pudor. En mi opinión este es el caso del Gobierno de Rajoy. Su arranque de legislatura fue brutal tanto por el alcance de las reformas y los ajustes que se han implantado (ha alcanzado con fiereza a las personas más débiles e inocentes aumentando la desigualdad social) como por las formas con que se han llevado a cabo (autoritarismo y traición a su programa electoral). Su política informativa ha consistido básicamente en lamentar la nefasta herencia recibida de los socialistas (sin asumir una pizca de responsabilidad en su génesis). Pero ahora, ante las próximas elecciones europeas y a menos de dos años vistas las generales en España, toca ser optimista y bombardear con anuncios balsámicos los oídos del sufrido votante. De ahí que voceen que el lobo (la recesión, el riesgo de rescate) se retira ante la fortaleza de la Marca España, que la recuperación económica está en marcha y que por tanto van a bajar los impuestos. El PP, en su convención nacional celebrada hace dos semanas en Valladolid, se vistió de gala para celebrar el estreno de la segunda fase del ciclo. Pero creo que la arrogancia y la autocomplacencia exhibidas han convertido en vinagre el bálsamo con el que pretenden suavizar las lacerantes grietas sociales que ellos mismos han ensanchado en la primera fase.
La teoría del ciclo político-económico se basa en dos supuestos. Por una parte, se asume que hay un conflicto de intereses entre el Gobierno y los ciudadanos. Estos quieren servicios públicos y solución a sus problemas, mientras que aquel se preocupa sobre todo por conservar el poder para fines no siempre coincidentes con tales deseos. Por otro parte, se supone que el pueblo es fácil de engañar. Sea por falta de formación suficiente o por políticas de información cegadoras, el caso es que el electorado no es tan inteligente ni diligente como debiera, al menos en su mayoría. Obviamente, de no darse alguno de estos supuestos, la teoría no funciona. En especial, si todos fuésemos ciudadanos bien formados, no manipulables y con hambre electoral, no habría ciclos políticos-económicos, los Gobiernos no jugarían a apalearnos primero y camelarnos después.
Mi mujer suele repetir con enojo creciente: ¡Nos toman el pelo!. Estos creen que somos tontos. Se refiere, claro está, a las declaraciones de nuestros gobernantes en la prensa o en la televisión. Yo suelo atizar su rabia: Y lo seguirán creyendo, MariCarmen, mientras no demostremos lo contrario con una feroz rebeldía, democrática, eso sí. A veces, en público, nos halagan ensalzando nuestra sensatez como votantes, pero, en su fuero interno, no nos otorgan más que una presunción de estupidez.