¿Ocaso del Zapaterismo?
Finalmente ZP se ha rendido, arriando la bandera de su política social. Supongo que le habrá mortificado tener que hacerlo, precisamente ahora, cuando está en la cima burocrática de la UE como Presidente de turno. Se discute sobre qué le ha forzado a ello, si la evidencia de una letal inconsistencia en su forma de gobernar España, como corean sus adversarios, o la injusta presión de circunstancias adversas, como defienden sus partidarios. En cualquier caso, su sorprendente “decretazo” preludia malos tiempos en su andadura política.
Se esperaba que reaccionase ante las nuevas circunstancias que acorralan la economía española, pero no como lo ha hecho. Ha sorprendido que las medidas de reducción del déficit sean tan asimétricas, a saber, sesgadas hacia menores gastos y no hacia mayores impuestos (sólo tras el alboroto generado se ha balbuceado, vaporosamente, que habrá subida de impuestos a “quienes más tengan”). Ha extrañado la frialdad con que se acepta que estas medidas pueden frenar el incipiente crecimiento del PIB, agrandando todavía más la fosa del paro. Ha irritado la impúdica distribución del sacrificio que conlleva esta minoración de gastos, afectando especialmente a grupos de población débiles e inocentes. Finalmente, ZP ha decepcionado al recurrir de nuevo a su política de parcheo, sin afrontar todavía, de forma clara y firme, las reformas estructurales necesarias para ganar eficiencia económica, única vía ya para tranquilizar a los inversores extranjeros que tienen en sus carteras más del 50 % de la deuda pública española.
De ZP me ha gustado (y me gusta) su cortesía, buenas formas, optimismo …, y su vanguardismo en derechos sociales. Incluso me parecieron razonables sus primeras reacciones ante la crisis, cuando ésta emergía y no se preveía claramente la locura que vendría luego, porque irracional (o propio de ‘animal spirits’ alocados, que diría Keynes) ha sido mucho de lo que ha acontecido hasta ahora. Pero, una vez conocida la naturaleza del enemigo, ZP debería haber actuado de otra manera, y no lo ha hecho. Ha estado vacilante, desconcertado y desconcertante, añadiendo incertidumbre a la incertidumbre, trapicheando con lo urgente y descuidando lo importante, dejándose arrastrar por las circunstancias… hasta que éstas se han tornado tan voraces que le han desnudado a dentelladas.
ZP se ha visto abocado a reducir el gasto porque no ha sabido o no ha podido achicar la bolsa de fraude, y ha renunciado (o así lo parece) a cortar el vuelo evasivo, o emigración fiscal, de las grandes fortunas (¡tan pájaras ellas!). Ha enfriado la escasa alegría que tienen los pensionistas y los dependientes por no haber congelado antes el gasto alegre y golfo de las Administraciones Públicas españolas. Reduce el sueldo de los funcionarios porque no ha sido capaz de elevar su productividad. Merma la ayuda exterior al desarrollo, porque ha perdido ante Obama la audacia que tuvo ante Bush y no se atreve a sacar las tropas españolas de Afganistán (¿es mejor un tanque en suelo afgano que una escuela en Senegal?). Quita premios a la natalidad, pero los da al circo del fútbol a través de la recaudación de las quinielas (¿acaso teme menos una huelga de madres que otra de futbolistas?). Despoja a los parados más desventurados de sus 425 euros pero no toca las subvenciones a los sindicatos, a los partidos políticos y a la Iglesia Católica (¿por qué en el impreso 100 del IRPF no se permite, como alternativa, destinar a estos parados la asignación tributaria correspondiente?. Su ministra Elena Salgado dice (¿para tranquilizar o asustar?) que no espera que lleguemos a cinco millones de parados (nada menos), pero nada de nada sobre la reforma del mercado de trabajo. Frena las inversiones en infraestructuras, pero sigue soñando con elevar la productividad y eficiencia de la economía española.
Despojado tan abruptamente de su ‘buenismo’, neologismo con el que algunos han caricaturizado el talante y el estilo de Zapatero, éste afronta un futuro electoral muy negro. Sólo le puede salvar la aversión de los electores hacia el ‘malismo’ (permítaseme esta expresión como antagónica de la anterior) que observo en Rajoy y en muchos de sus partidarios, ese talante resentido, negativo, no cooperativo, hipócrita… que parece regodearse en los males de la economía española esperando que su empeoramiento mejore la suerte del PP en las urnas.
Entre tanto ‘buenismo’ y ‘malismo’ se está perdiendo la oportunidad de pasar del mal (la crisis) al bien (un crecimiento sostenible). Los mercados financieros ven roto este puente, y por eso, entre otras razones, nos azotan. Qué desgracia.
Totalmente de acuerdo.
Lo ideal sería que surgiera un relevo creíble de Zapatero en el PSOE antes de las próximas elecciones