Economía sostenible y Universidad
En el Anteproyecto de Ley de Economía Sostenible aprobado por el Gobierno español se apela al sistema educativo, y dentro de él a la Universidad, como un elemento básico del nuevo modelo económico que se pretende promover. En el Título II, dedicado a la Competitividad, se concreta esta apelación. Para ser más competitivos- se alega- hay que investigar, transferir conocimientos e innovar aplicando en las empresas nuevas tecnologías. Y así, en el Capítulo VI se establecen la líneas maestras para potenciar la Ciencia y la Innovación y en el Capítulo VIII se recogen medidas para mejorar la Formación Profesional. Sin embargo, poco, o nada, se dice sobre la formación universitaria, quizás porque el Gobierno piensa que en este campo son ya suficientes los cambios que se han introducidos, o están en fase de introducción, por mor del «Plan Bolonia», que, como se sabe, ha alumbrado finalmente un Espacio Europeo de Educación Superior (EEES).
Nada que objetar sobre este silencio del anteproyecto si nuestro sistema de Educación Superior se hubiese ya rediseñado y relanzado adecuadamente con motivo del EEES, es decir, si con la oferta y la estructura de las nuevas titulaciones universitarias, y sobre todo con los nuevos métodos de enseñar y aprender, se propiciase realmente que nuestra economía se torne más competitiva y sostenible. Porque disponer de profesionales diligentes y bien formados en economía, ingeniería, derecho, medicina etc. sigue siendo (nunca ha dejado de serlo) un factor clave de competitividad. El “trabajo bien hecho” hace milagros. Sin menoscabo del factor tecnológico, hay que seguir reivindicando el concurso del factor humano.
Sin embargo, a pesar de las buenas intenciones Boloñesas, albergo serias dudas sobre el desempeño de nuestras instituciones universitarias en el campo de la formación, al menos si no cambian ciertas pautas. Una de éstas es la valoración asimétrica de las dos actividades básicas del profesor universitario, la investigación y la docencia. El sistema de valoración y promoción del profesorado incentiva fuertemente la primera y apenas premia la segunda. Si para iniciar una carrera académica se exige impartir docencia, para prosperar en ella (lograr una cátedra, por ejemplo,) ya no se requiere ser un buen docente, y a veces ni tan siquiera enseñar, bastando con ser un acreditado investigador. De hecho, se piensa en premiar a los buenos investigadores liberándoles de las “cargas” docentes, como si la docencia fuese una penalidad, un estorbo para lograr la excelencia académica. Más que “enseñar al que no sabe” se valora el ser elogiado por el que sabe, o en otras palabras, ser aprobado, reconocido y citado por la comunidad científica. Así están las cosas. O peor aún, si se tiene en cuenta la lucrativa mercantilización de algunas actividades de la investigación aplicada.
En este contexto es normal que los profesores, salvo excepciones, tiendan a zafarse de las penosas cargas docentes en busca del prestigio académico (y ¿del lucro económico?) que da la investigación. Por eso dudo de que en las nuevas titulaciones y en los nuevos planes de estudio predomine lo que conviene a los estudiantes (una diligente formación) sobre lo que interesa a los profesores (que sea lo menos cargante posible). Y ¿qué decir de los nuevos métodos de enseñanza y aprendizaje que se predican?. Que, siendo tan costosos en tiempo y dedicación, serán burlados por lo profesores, si no se pone algún remedio. No me imagino a lo profesores, tan presionados para investigar, enredándose con tutorías de tantos y tantos estudiantes, supervisando con cuidado sus trabajos y ejercicios en procesos de evaluación continua, interactuando dialécticamente con ellos…
No se me entienda mal. Soy partidario de la investigación universitaria. ¿Cómo no serlo? Pero creo que no ha de fomentarse a expensas de la formación de los estudiantes. Investigación sí, pero educación también. No soy partidario de que los nobles académicos sólo se luzcan en los congresos científicos sin dar luz en las aulas. ¿Tiene sentido que una Universidad albergue grupos potentes de investigación si ésta no se filtra hasta sus propias bases, regándolas y haciéndolas crecer como principales beneficiarias? Ante el dilema de dedicar esfuerzos a la investigación o a la docencia, algunos suelen pregonar: ¡A investigar, a investigar!, que un buen investigador mejora también como docente. No lo dudo. El problema es que desee enseñar, hacer aprender y evaluar a los estudiantes, aunque su descenso al infierno de las aulas le reste tiempo, confort e incluso dinero.
Dudo que nuestra economía mejore sosteniblemente sin el sostén (valga la redundancia) de una mejor formación universitaria. Espero que el Ministro Gabilondo, que parece sensato, logre la convergencia entre las dos carreras: la del profesorado hacia la excelencia y la del alumnado hacia una buena formación.