Sobre el apostolado ateo: «Deus absconditus est».
–Algún Dios presente en ti te ha convertido a tu ateismo-, dice el último Papa a Zaratrusta. (F. Nietzsche en su obra “Así habló Zaratrusta”)
Los ateos han salido a la calle a predicarnos desde los autobuses con un eslogan publicitario metafísico. Bienvenidos sean, pues su apostolado quizás provoque en la gente ganas de reflexionar y debatir sobre cuestiones filosóficas, precisamente ahora en que el amor a la sabiduría (filosofía significa esto) apenas se enseña o promueve en nuestros centros educativos. Además uno ya está harto de contemplar tanta publicidad basura, o pregonera de un consumismo bochornoso, en vallas, fachadas, medios de transporte urbanos y televisión. El desembarco publicitario de los ateos no deja de ser, al menos en este sentido, una iniciativa refrescante. A mí, al menos, me ha refrescado algunos pensamientos y vivencias.
El anuncio y su honestidad filosófica.
Nos anuncian que “probablemente Dios no existe” y que “dejemos de preocuparnos y disfrutemos de la vida”. El anuncio parece suponer que “Dios es un cascarrabias”, afirmación que sería la premisa mayor (o de partida) del siguiente silogismo que explicito y redondeo con permiso de los anunciantes: Dios es un cascarrabias que hace la vida imposible, pero, como probablemente no existe, déjate de preocuparte y disfruta de la vida.
Aprecio, en este anuncio, cierta honestidad filosófica (o ¿quizás sea una larvada ironía?) por haberse escrito “probablemente” en lugar de “ciertamente”. Como no hay prueba objetiva y categórica (racional o de otra índole) de que Dios existe ni de que no existe, suena más decente decir lo primero. Y puesto que la probabilidad en este caso es subjetiva, cabe conceptuarla como creencia probabilística, o simplemente creencia. Así pues los ateos sólo pueden aspirar a tener una creencia, no una certeza. Si, de verdad, lo reconocen, ello les honra; y si no, contaminan con su ironía las aguas del único manantial que consideran potable, el raciocinio.
Cambio en los prejuicios ateos.
Percibo también en esta iniciativa publicitaria un prejuicio sobre Dios distinto al que tradicionalmente ha campado en el ateismo. Dios ya no es el consuelo soñado por un ser humano insatisfecho, la ilusión de inmortalidad en la que se refugia quien teme a la muerte, un engaño complaciente, una opiácea alienación etc. etc., sino que es más bien una fuente de preocupación y tormento, un estorbo para la felicidad humana, una cruz que llevar a cuestas, un infierno en la tierra…
Al margen de este curioso viraje conceptual sobre Dios, me pregunto cómo pueden los ateos especular tan gratuitamente sobre la naturaleza o atributos de alguien que, según sus creencias, no existe. Supongo que, en este sentido, esgrimen metáforas sobre Dios prestadas, explotando cuentas ajenas más que propias. Especulan “de oídas”, a partir de lo que escuchan a algunos teístas, o a partir de lo que creen ver, como meros espectadores, en su vida tormentosa. Un reproche que quizás merezcan es que prestan sus ojos y oídos de forma sesgada, es decir, que sólo escuchan y se fijan en aquellos creyentes que malviven en su religión, pero no en otros con testimonios y vidas más gozosas. Por otra parte, en el caso de que especulen sobre Dios por cuenta propia, ¿pueden ser sus especulaciones algo más que ecos de malas experiencias religiosas tenidas en el pasado (infancia, juventud…) y de las que ahora reniegan?.
¿Se puede ser ateo sin dejar de ser teísta?
En cierto sentido sí, evitando obviamente una contradicción ‘in terminis’. Por ejemplo, F. Nietzsche lo fue. Su célebre frase “Dios ha muerto” no ha de interpretarse como una negación absoluta de la existencia de Dios, sino como una sentencia de muerte de determinadas concepciones de Dios, en especial, las que le caracterizan como un ser alienante, invasor de la humanidad, enemigo del hombre libre… Al filósofo alemán le repugnaron las ideas de omnipresencia y providencia divinas, pero en cambio aceptó otras concepciones respetuosas con el reconocimiento de la mayoría de edad del hombre, de la categoría humana que él definió como “superhombre”.
Si preguntamos a muchos creyentes cristianos, si creen, de verdad, en la existencia de un Dios como el invocado por el ex- Presidente Bush, o por los caballeros cruzados de la edad media, o por los inquisidores dominicos del siglo XVI, o por determinado clero de la época franquista y actual…, seguro que contestarían que “probablemente (ese) Dios no existe”. Se declararían ateos frente a tales dioses, o mejor dicho, frente a tales “ídolos”, como los llamó Nietzsche. Cuando éste, en su obra “Así habló Zaratrusta”, escribe que <<algún Dios presente en ti te ha convertido a tu ateismo>> está sugiriendo que el ateismo como destrucción de ídolos, o concepciones de Dios impropias, tiene pulsión divina.
Una confesión.
Quizás toda concepción, parábola o metáfora sobre Dios sea impropia y se deba renunciar definitivamente a su uso. ¿Qué sentido tiene en nuestro tiempo pensar en Dios y sobre Dios, e incluso invocarlo, recurriendo a ingenuas proyecciones antropomórficas y mundanas (tales como la de un padre que está en los cielos, un juez que reparte justicia en su trono, un buen pastor que cuida de sus ovejas etc.), como se ha venido haciendo hasta ahora?. No sé si alguna vez se podrá tener creencias en Dios, y sobre todo vivirlas, sin la ayuda de parábolas y metáforas. Pero, en mi caso, he de confesar que, con el curso de los años, no he podido evitar convertirme en un activo iconoclasta, un celoso destructor de ídolos, un fervoroso ateo en este sentido. Algo en mi (espero que sea una pulsión divina, como sugiere Nieztsche) me lleva a este ateismo. Sólo se me resisten ya muy pocas (poquísimas) parábolas y metáforas sobre Dios. Entre ellas, siento todavía una especial debilidad ante una parábola y una metáfora. La primera, cuya paternidad atribuyo a Tomas Olasagasti, un antiguo profesor de filosofía cuyos trabajos todavía releo, viene a decir lo siguiente: Dios se entiende como el Buen Autor, el autor de obras con vida propia, el autor creador cuya única huella posible es la de su ausencia. La metáfora, también catártica, se suele escribir así: “Deus absconditus est” (Dios está escondido).
Sigo sensible a esta metáfora del ocultamiento divino, ya que suele emerger muchas veces en mi conciencia, como un spam en el ordenador, aunque con forma de pregunta: -¿Dónde está escondido Dios?-, me pregunto muchas veces. A lo largo de mi vida me he dado muchas respuestas falsas, pero con el tiempo creo que me he ido aproximando a su escondite. Si Dios está escondido, y no lo está en la inexistencia (como creen los ateos absolutos, no los tipo Nietzsche), tiene que estar en el prójimo.
Tengo formación cristiana, y nunca ya podré prescindir de ella. Ni puedo ni quiero. ¿Acaso podría ya vivir sin huesos?. Por eso sólo me nace despojar al cristianismo de todas sus vanidades y quedarme sólo con este escueto, pero saciante, evangelio: La misión de Jesús de Nazaret no fue otra que la de revelarnos dónde está escondido Dios y su revelación fue ésta: Dios está en el prójimo.
Un anuncio teísta.
“Si te interesa Dios, goza buscándole en el prójimo. Y si te interesa el prójimo, pero no Dios, no te preocupes y disfruta de tu interés, que probablemente te abrazará una sorpresa.
That’s a wise answer to a tricky question