Obamafilia.
La elección de Barack Obama como presidente de EE.UU ha suscitado una ilusión planetaria. Resulta difícil encontrar un país donde este acontecimiento no haya tenido un vivo eco de simpatía.
El triunfo de Obama viene a ser un ajuste de cuentas con la historia de su propio país, una clausura suprema de la guerra civil que lo asoló en el siglo XIX, la entrega del poder político a un negro, a alguien que por aquel entonces, en algunos Estados sureños, sólo hubiera podido aspirar a ser un esclavo. Requiescat in pace, pues, con más plenitud, Abrahán Lincoln. Y regocíjese también la humanidad entera, porque la victoria de Obama es una derrota del racismo, un reconocimiento gozoso de la igualdad de los seres humanos.
Pero la filia por Obama no sólo se nutre de saldar cuentas pendientes del pasado. También se alimenta de expectativas sobre el futuro. Y en esta vertiente, la dieta no parece demasiado equilibrada, o al menos a mí, no me salen las cuentas. Creo que el optimismo está engordando en exceso, y empieza a ser casi delirante. Porque, ¿realmente podemos esperar que Obama va a poder cerrar Guantánamo, retirar las tropas de Irak y Afganistán, abolir la pena de muerte en EE.UU, prohibir la compraventa irresponsable de armas por parte la población civil, suscribir y cumplir con el protocolo de Kyoto (o siguientes) sobre cambio climático, normalizar las relaciones con Cuba y otros países suramericanos, terciar más equitativamente en la OMC y en el FMI, dedicar el 0,7% del PIB de EE.UU al desarrollo de esa Africa que tanto ha celebrado su victoria, etc etc?
Obama debe afrontar la lucha contra otro tipo de esclavitud, como es la servidumbre a su partido, al Congreso y Senado americanos, y a los intereses económicos que mueven los hilos de la política americana. Abolir esta servidumbre es ahora tan problemático y arriesgado como lo fue en tiempos de Lincoln la lucha contra la esclavitud racial.
No voy a negar que los mensajes, promesas y, sobre todo, el recorrido de Obama hasta ahora, abren la puerta a cierta esperanza, y más tras los horrorosos portazos de la época Bushiana, pero como dice el refrán ‘del dicho al hecho hay un buen trecho’. Yo, al menos, me contentaría con la realización de la mitad de la mitad de lo que espera tanta gente hambrienta de cambios, tan hambrienta que, por tragar, traga hasta su propia ingenuidad.
Estoy totalmente de acuerdo con lo que dice sobre Obama, la gente se ha creado grandes expectativas.
Ya veremos lo que pasara