Refundación del capitalismo, o el necesario «apretón de manos» entre los mercados y los Gobiernos.
Los manotazos de la venerada “mano invisible” .
Es conocido el mito de la “mano invisible” de Adam Smith, y más en estos días en que es tan cuestionado: si cada uno de nosotros labora, compra, ahorra, invierte u realiza cualquier otra actividad económica buscando su propio interés, se produce un hecho que raya en lo milagroso, pues ese egoísmo generalizado redunda a la postre en un bienestar colectivo; es como si una “mano invisible” guiase providencialmente las acciones individuales haciéndolas abocar al bien común; ésta es la providencia del intercambio libre y competitivo, de la iniciativa privada, de la economía de mercado…Así cantan, o al menos han cantado en las últimas décadas, los neocons. o fanáticos partidarios del ‘laissez faire’ y de la auto-regulación de los mercados.
Ni decir tiene que Adam Smith no fue tan fanático del mercado como nos lo quieren hacer ver los neocons. No parece verosímil que hubiera sido tan extremista quien también escribió párrafos como éste en su libro “Teoría de los Sentimientos Morales”: «Por muy egoísta que se suponga es el hombre, hay evidentes principios en su naturaleza que le llevan a interesarse por la suerte de los demás y hacen que la felicidad del prójimo le resulte necesaria, aunque no obtenga beneficio de ella excepto el placer de contemplarla”. Digamos pues que Smith aportó fundamentos para adoptar un modelo de economía de mercado, pero sin llegar a ser un ‘fundamentalista’.
Al margen de cuestiones exegéticas sobre el verdadero pensamiento de A.Smith, lo cierto es que el mercado tiene fallos clamorosos, o en otras palabras, que nos da terribles ‘manotazos’. La historia del capitalismo está plagada de crisis, y por lo mismo no debería sorprendernos que la ‘mano invisible’ nos esté abofeteando una vez más con fiereza.
Torpeza y suciedad de las “manos visibles” de los Gobiernos.
Contraponiendo al mito de la ‘mano invisible’, los partidarios de la intervención del Gobierno, suelen loar el potencial de la “mano visible” de la política económica y de la regulación. En este caso, el economista invocado como padrino doctrinal suele ser John Maynard Keynes. De nuevo, conviene distinguir entre lo que dijo Keynes y lo que dicen algunos pseudo-keynesianos, pues entre éstos también abundan los fanáticos. El profesor de Cambridge no fue partidario de sustituir al mercado, ni de cerrar Bolsas de valores. De hecho, Keynes fue un asiduo participante en la Bolsa de Londres y un activo especulador en los mercados de futuros. Sus biógrafos cuentan que una vez incluso se vio obligado a almacenar fugazmente sacos de trigo en la capilla de la Universidad de Cambridge como consecuencia imprevista de sus ajetreos en el mercado de futuros sobre ‘commodities‘.
Maticemos pues también aquí diciendo que quien fue, junto con el americano H. D. White, muñidor de la reforma financiera internacional acordada en Bretón Woods en 1944, más que enemigo de los mercados, fue un amigo sensible ante sus fallos, crítico perspicaz y, sobre todo, osado y acertado promotor de soluciones.
Por desgracia, no sólo fallan los mercados. La ‘mano visible’ de los Gobiernos tampoco es precisamente angelical, sino que demasiado veces trabaja con torpeza, negligencia y errores. Sí, es evidente que hay Gobiernos “manazas”; y no sólo esto, porque a este problema se añade el de la corrupción. Los Gobiernos colman su ineptitud cuando sus manos se corrompen. La historia está también llena de casos de manos gestoras corruptas.
Necesitamos un buen “apretón de manos”.
Puesto que tanto los mercados como los Gobiernos fallan, ver sólo los fallos del mercado y recurrir a ciegas a la intervención salvadora del Gobierno es tan disparatado como fijarse sólo en los fallos del Gobierno y confiar ciegamente en las virtudes del mercado. Ambos se necesitan, y están abocados a cohabitar como un matrimonio de conveniencia.
Por un lado, necesitamos que los Gobiernos aprieten la ‘mano invisible’ de los mercados con regulaciones diligentes y eficaces. Basta ya de ir por detrás de los mercados, recogiendo sus desperfectos y arreglando sus destrozos, ‘gratis et amore’ para unos (los responsables, gente de Wall Street) pero ‘onerose et grave pretio’ para otros (los contribuyentes, ciudadanos de Main Street). La regulación debe ser más preventiva, más global (o al menos, estar más y mejor coordinada internacionalmente) y sobre todo, ser mucho más sancionadora. Insistiré en esto último: frente a tanto contrato blindado de gestores de grandes empresas y directivos de banca, ¿no convendría establecer normas que estableciesen multas ex-post (sin excluir incluso la prisión) para quienes, por su manifiesta mala gestión, provocan crisis empresariales y financieras con grandes repercusiones sociales que se mitigan, al final, con dinero público?
Por otro lado, no nos vendría mal que los mercados apretasen también las manos gestoras de los Gobiernos hasta oprimirles, e incluso arrancarles si es preciso, sus dormidos y sucios dedos. La burocracia y politocracia acostumbran a hollar cumbres de desidia, negligencia y despilfarro, y por lo mismo no estaría nada mal exigirles ciertas pautas que imperan en los mercados, sin las cuales es difícil (sino imposible) sobrevivir, como el dinamismo, la iniciativa y el afán de innovación, la búsqueda continua de eficiencia, la disciplina que supone someterse al severo tribunal de la “cuenta de resultados”, y demás buenos usos y costumbres. En los mercados no se pone el sol, y siempre hay que estar despierto. Por eso, no es censurable que protesten a veces con razonables convulsiones (bursátiles, cambiarias y otras) para despertar a políticos y burócratas adormilados, y para hacer caer a Gobiernos irresponsables y corruptos.