El voto del mal.
Soy de Mondragón-Arrasate, como era Isaías Carrasco. No le conocí personalmente, quizás porque ya no resido ahí, aunque he callejeado muchas veces por San Andrés, el barrio obrero donde él vivía, y conozco bien el Toki-Eder (“lugar hermoso”), bar que, al parecer, él frecuentaba y en el que tomó su último café. No encuentro palabras para expresar mi pesar por su asesinato. Ni creo que las halle para manifestar mi repugnancia cuando asome la calumnia de ETA o de sus devotos. Por eso, me limito a prevenirla dedicando a los calumniadores este poema, tomado del poemario “Resplandor del Odio” del poeta canario Justo Jorge Padrón:
La calumnia surgió de la impotencia.
se muestra y se propaga con ingenuo disfraz,
bisbisea al oído del mezquino
para abrir un paisaje solapado
y urdir en su alevosa trampa la destrucción.
Eficaz porque siempre se protege en la duda
dejándola vibrar desde su lengua bífida.
Cuando muerde, pervierte y envenena
mientras encubre su perfil siniestro
bajo aquella sonrisa de bondad.
A veces nos rodean sus escamas
sin que podamos soportar su hedor.
Hidra de un infinito de cabezas,
roba el honor de todas las victorias,
modifica a su antojo el libro del pasado
y la verdad no alcanza a destruirla.
No hay protección posible contra su daño infame.
Solamente el desprecio consigue relegarla.
Solamente la borra nuestro olvido.