Sobre la ‘cosa pública’ (3): buscando fama.

**********************************************************************************
La fama siempre es un excremento. Incluso cuando es buena, no deja de ser una mera evacuación de la gloria. Por eso, quien la busca nunca sale de las letrinas.

**********************************************************************************
Pocas cosas me cabrean más que pisar excrementos caninos en la calle. Maldigo tanto el impudor de sus dueños que, cuando observo excepciones, personas que con presteza recogen y retiran los desahogos intestinales de sus perros, me nace bendecirlas. Así de costosa, tan perversamente cara, se está volviendo nuestra sociedad. Pues nos vemos abocados a pagar con la gratitud lo que es exigible como mera obligación. Peor aún: cumplir con las obligaciones se está convertido en algo tan extraordinario que, cada vez más, quienes las cumplen se creen merecedores de un plus de reconocimiento.

Este vicio está especialmente extendido en la administración pública. Muchos gestores de la ‘cosa pública’ buscan afamarse por el mero hecho de cumplir con sus obligaciones, incluso cuando su gestión está ya suficientemente remunerada. Buscan la fama como una especie de plusvalía, cuyo hedor excremental termina pagando injustamente el sufrido ciudadano. Abundan los casos. Les contaré uno de ellos, que he descubierto recientemente, procurando decir el pecado pero no los nombres propios de los pecadores.

Paseaba por una hermosa villa marinera, ojo avizor ante la posibilidad de reencontrarme con furtivas heces perrunas como las que me habían sobresaltado unos metros antes, cuando atrajo mi atención la nueva cara de un edificio palaciego que yo recordaba en estado de abandono y que ahora mostraba vida interior y balcones abanderados. Curioso, me acerqué a su entrada para conocer el destino o los beneficiarios de tan bella operación de cirugía urbanística. Adosada a una de las dos rectangulares columnas de piedra que escoltan la verja de entrada al jardín hay una placa donde se dice que el palacio ha sido rehabilitado e inaugurado como casa consistorial en diciembre del 2007, escribiéndose a continuación, con babeante reconocimiento, los nombres del alcalde y de un alto cargo del Gobierno Regional.

No sé qué habrán hecho estos personajes para merecer este honor. Quizás han aportado dinero de su propio bolsillo para financiar la rehabilitación del palacio, o han sacrificado horas de ocio y familia velando por su feliz acabado. Si es así, les pido perdón por mis osados pensamientos. Pero si sólo han cumplido con su obligación, la mención honorífica me parece indebida, un leve (seamos indulgentes) excremento moral.

Categories: Reflexión

Write a Comment

Your e-mail address will not be published.
Required fields are marked*