Desde la cima de Kurutzeberri: Urte berri on.
Desde esta crucífera cumbre se contemplan, de izquierda a derecha, tres grandes cimas de nuestra tierra, las de los montes Gorbea, Anboto y Aizkorri. En la de éste último hay un hacha (aizkora en euskera) que también guarda relación con su nombre. Bajando la vista, se puede otear la costra urbana que las poblaciones de Eskoriatza, Aretxabaleta y Arrasate-Mondragón han ido produciendo a lo largo de los años en la cuenca alta del río Deba. Pero el capricho paisajístico se encuentra más cerca, bajo la misma cruz, en el valle de Urkulu, donde varios rebaños de casas, o aldeas, abocan a un bello embalse de aguas frescas saciando nuestra sed de buenas vistas.
En Aozaratza, una de estas aldeas, la primera que uno encuentra cuando asciende al valle desde Aretxabaleta, campa el histórico Palacio Otalora, fácil de distinguir desde Kurutzeberri. Esta ilustre casona se rehabilitó en su día como centro de formación de directivos del grupo Mondragón Corporación Cooperativa. En sus bajos, convertidos en museo del cooperativismo, reside lo más alto del pensamiento de José María Arizmendiarrieta (JMA), su gran profeta, fallecido en 1976. Tuve la oportunidad de comprobarlo en 1983, año en que impartí allí algunas lecciones sobre comercio internacional.
En mi visita al museo, me impresionaron tres palabras que estaban escritas en castellano (así lo recuerdo), realzadas en una placa, o en una portada de un libelo, o en un manuscrito (esto no lo recuerdo tan bien), con el siguiente orden: Educación, Trabajo y Ahorro. Era evidente que resumían, a modo de lema, el legado ético de JMA. Este sacerdote, sociólogo y humanista, propugnó una especie de ‘eje del bien’, que podemos entender así: el motor de arranque de cualquier proceso de desarrollo empresarial, económico y social es una buena educación; con ella el factor trabajo, clave para conducirlo, se hace más eficiente; y, para consolidar el proceso como una espiral virtuosa, se necesita ahorrar parte de la renta generada, destinándola a formar capital físico, tecnológico y humano (de nuevo, la educación).
Ni decir tiene que detrás de este discurso latía su firme creencia en el valor de la cooperación. De hecho su idea de la cooperación la plasmó en un modelo de integración transversal de los distintos factores concurrentes -educativos, laborales y financieros- urdiendo un movimiento cooperativo que, hoy en día, bajo el nombre “Mondragón Corporación Cooperativa”, aúna en su estructura una Universidad, una red de centros productivos y comerciales que trasciende nuestras fronteras e instituciones financieras dinámicas. Si por sus frutos se disciernen los buenos de los malos movimientos sociales, es indudable que el movimiento cooperativo muñido por JMA está liberando a Euskadi del paro, de la pobreza y de la carencia de reconocimiento internacional.
Ahora sí puedo contar mi sueño. Hace unos años, tras una comida de fraternidad en el restaurante Matikua, sito también en Aozaratza, muy cerca de Otalora, mientras hacía la digestión paseando por el camino que rodea el pantano de Urkulu, evoqué esas tres palabras y caí en la cuenta de que con sus iniciales se podía formar también el acrónimo ETA (Educación, Trabajo, Ahorro). Cuando después, en el 2006, la organización violenta ETA (Euskadi Ta Askatasuna) declaró su tregua, me embriagó, como a muchos otros, la ilusión de que esta vez, sí, la cosa iba en serio y que nos acercábamos al final de una negra historia. Durante la primera mitad del año 2007, a pesar del atentado de Barajas, seguí soñando que ETA abandonaba la violencia para abrazar el modelo cooperativo ETA; que se reeducaba, trabajaba políticamente y ahorraba muertes, sangre y lágrimas; que se libraba de sí misma y, de este modo, daba mayor libertad a Euskadi. Pero este sueño ya se ha quebrado. Alguna nueva serpiente (desconocida, pues no se nos ha explicado) lo ha debido envenenar, provocando su aborto.
Como ya he dicho, subiré a Kurutzeberri, a finales de este año, para arrojar las cenizas de este sueño sobre el valle de Urkulu, sobre el Palacio Otalora, sobre el Museo de José María Arizmendiarrieta. Miraré al altivo Aizkorri y le rogaré que se arranque el hacha de su cresta, lo entierre en el Kurutzeberri y se arrodille ante la cruz. Quizás se conmueva escuchando las plegarias que entonaron los montañeros de Aretxabaleta hace ya muchísimo tiempo, en septiembre de 1929, cuando la erigieron, y que se conservan inscritas en una placa metálica adosada a la cruz. La inscripción, en euskera, dice:
“Kurutze berri, kurutze ona,
zabaldu izu gure errian pakea
eta zoriona”.
La traduzco así:
«Cruz nueva, cruz buena,
extiende la paz y la felicidad
en nuestra tierra».
Leyendo esta plegaria, sueño que vuelvo a soñar.