Pornoeconomía (Primera parte)
Este término viene de la palabra griega ‘porneia’ que significa prostitución, idolatría y apostasía. Así, quien se prostituye carnalmente idolatra el dinero y apostata del amor para vivir del oficio de ‘gustar y dar el gusto’ ofreciendo sólo su cuerpo. Con todo este sentido, el prefijo ‘porno’ sirve también para calificar otras actividades no carnales que se caracterizan por su superficialidad, desnaturalización y mercantilismo. La prostitución idólatra y apóstata, allende la carne, se encuentra en muchas profesiones, entre ellas la de los intelectuales dedicados a estudiar la economía de las empresas, las regiones, las naciones y otros aspectos o problemas económicos más específicos. Y entre estos, destacan especialmente, determinados académicos o profesores universitarios.
Hay informes económicos que son lujosos en datos, ornatos gráficos e incluso fórmulas (para excitar la lujuria), pero, en cambio, son muy pobres en pensamiento (harto superficiales) y, sobre todo, en amor a la verdad (apostatan de ella); se hacen simplemente para gustar a quienes los pagan o financian. Su veracidad no es mayor que la virginidad de lo(a)s prostituto(a)s; y dar crédito a sus conclusiones es tan arriesgado como confiar en las declaraciones de amor que susurran esto(a)s último(a)s cuando manipulan el sexo de sus clientes. Son pura pornoeconomía. Obviamente, muchos trabajos de economía no son de esta índole, como tampoco son ‘porno’ la gran mayoría de relaciones sexuales entre seres humanos. Pero pornotrabajos…, los hay, y no pocos.
Pensemos en esos informes de auditoría plegados a los intereses de quien los paga, la propia empresa auditada. Los casos de connivencia entre auditores y auditados son frecuentes, y socialmente dañinos. Recordemos el escandaloso matrimonio americano entre la empresa Enron y la auditora Arthur Andersen, caso que afloró a la opinión pública tras el crack bursátil de hace unos años (con epicentro en las empresas TIC) y que terminó en los juzgados. Lo peor de matrimonios de interés, como éste, es que perjudican a terceros inocentes: cuántos modestos inversores han perdido, y pueden perder, dinero en bolsa por informes maquillados y valoraciones interesadas de empresas cotizadas. La mala (pervertida) información económica suele afectar a estos inversores como la típica enfermedad venérea que, contraída por clientes de la prostitución, se transmite a otras personas inocentes (por ejemplo, sus parejas habituales).
Y ¿qué decir de algunos artículos de prensa en los que el autor es mera pluma de la línea editorial del periódico (diario o semanario) donde escribe y del que vive? Elijamos dos diarios rivales (por ejemplo, El País y El Mundo) y examinemos las páginas económicas que han dedicado y dedican a valorar la OPA de la Caixa sobre Endesa: ¿no ladran en ellas, como ecos perrunos, los prejuicios políticos de sus Consejos editoriales?. ¡Ay de aquél articulista de plantilla, o colaborador ocasional, que desafine en estas orquestas partidistas!
Clientes especiales de esta prostitución intelectual son algunas organizaciones empresariales, y sobre todo, entidades públicas (por ejemplo, Ministerios y Consejerías de Gobiernos Regionales) que encargan trabajos con la misión de que éstos justifiquen o bien sus prejuicios y reivindicaciones (caso de las primeras) o bien la gestión económica que han hecho o piensan hacer en áreas de su competencia y ante determinados problemas (caso de las segundas). Julio Alcalde Insausti, veterano experto en elaborar contabilidades regionales, se quejaba ya hace unos años de que todos los Consejeros de Economía y Hacienda de las CC.AA. pretenden (y para ello presionan con el cruce de información) que sus respectivas economías luzcan, frente a otras, con unos índices estadísticos (sobre la evolución del PIB, ahorro, inversión y demás) mejores que la media nacional, lo cual, obviamente, es imposible, pues comparadas con un valor medio siempre tiene que haber algunas Comunidades Autónomas por debajo de éste. Es sabido también que todos aquellos – Servicios o Gabinetes de Estudios, grupos de profesores universitarios, o simplemente personas expertas – que elaboran informes y dictámenes que no contentan al Ministro o Consejero de turno caen en desgracia y sus servicios dejan de ser solicitados. Así pues, con frecuencia, estos equipos o profesionales tienen que elegir entre ‘vivir de gustar a los clientes’ o ‘morir de virginidad’.
Lamentablemente, este tipo de prostitución tiene a veces, como acabo de mencionarlo, agentes de lujo, a saber, profesores o grupos de profesores universitarios que se benefician privadamente de ella utilizando recursos públicos (edificios, mobiliario, material y, sobre todo, tiempo) que, en principio, están asignados a otros menesteres, como la docencia y la investigación. Ni decir tiene que hay casos honrosos de profesores que elaboran con decoro trabajos aplicados que les son solicitados con honestidad y por los cuales cobran decentemente. Pero también hay (y quizás cada vez más) pornoactividades indecentemente lucrativas, toleradas e incluso estimuladas por la propias instituciones universitarias que, al amparo de una legislación permisiva, ve en ellas una fuente de ingresos propios (complementarios a las transferencias del Gobierno) capaz de mitigar sus crecientes dificultades financieras. Que esta santa institución (en la que he trabajado tantos años) me perdone si me pregunto: ¿no se comporta a veces como un proxeneta al estimular este obsceno negocio con el fin de cobrar, como suele hacerlo, un apreciable porcentaje?