¿Brindis por una economía más deportiva?
“Es mejor ganar sin lucha” ( Sun Tzu en el Arte de la Guerra )
Los clamorosos éxitos que se están logrando en el deporte (futbol, baloncesto y otros) han abierto nuevas rutas a la locuacidad de nuestros gobernantes y políticos. Aman tanto el aplauso (¿qué es votar hoy en día sino aplaudir?) que no pueden evitar la envidia, y así, cuando celebran la puesta en marcha de ambiciosos proyectos I+D+i o anuncian programas económicos pretenciosos, se vanaglorian de estar en la Liga de Campeones. Competir entre los mejores, correr en cabeza del pelotón, estar en vanguardia, ser punteros, ganar por goleada… son expresiones que ya forman parte de su verborrea habitual, conformando una especie de brindis por una economía más deportiva. Hoy mismo leo en prensa que el Presidente L. Rgz. Zapatero acaba de hacer unas manifestaciones al Financial Times donde dice que la economía española no bajará a segunda división. El deporte viene a cuento como metáfora de economía competitiva, cualidad ésta que se predica como solución para superar la crisis actual y evitar el estancamiento económico al que, según parece, estamos abocados.
Me sumaría a un brindis por una economía más deportiva si con él se jalease a las familias, los trabajadores, las empresas, los agentes sociales y las instituciones públicas para que intensifiquen el cultivo de valores deportivos como el esfuerzo, el entrenamiento, la diligencia, el deleite en el bien jugar, la disciplina, el trabajo en equipo, la inteligencia estratégica, el respeto al contrario, el no aprovecharse del rival caído, el juego limpio, el saber ganar, el saber perder y otras muchas virtudes.
Pero el “juego bonito”, digamos el que se crea con esa ética, no suele ser suficiente para quienes albergan ambiciones exorbitantes, por no decir espurias. ¡Hay que ganar!, se exige muchas (demasiadas) veces con un ardor guerrero. En su origen, las actividades deportivas servían a los guerreros para entretenerse en tiempo de paz y al mismo tiempo prepararse para futuras guerras. En nuestros días, por desgracia, este pecado original del deporte sigue goteando, y no me refiero sólo al uso del sable, del arco y de la jabalina en algunas especialidades ni al boxeo y otras actividades pugilísticas, sino sobre todo a ese ambiente de belicosidad que de vez en cuando convierte los terrenos de juego en campos de batalla con gritos como ¡al ataque!, o ¡a por ellos!, o ¡a muerte!…, como si los rivales fuesen enemigos.
En el deporte actual, mandan con furor los resultados y obedece sumiso el juego, incluso hasta hacerse feo, sucio o ruin. En otras palabras, no basta la excelencia, por meritoria que sea, pero sí el éxito, aunque sea bastardo. Se aplaude la victoria a pesar de que sea una derrota moral. Hoy en día no se puede competir en la Liga de Campeones sin el concurso del dinero. Y ya se sabe, si el dinero es el árbitro del juego, el deporte deviene en negocio. Negocio que, como todos, debe ser rentable, imperativamente victorioso, pues no hay viabilidad para el vencido. ¿Brindar por una economía más deportiva en este sentido, una que idolatra la victoria? Paso, no me entusiasma este ídolo ni su religión. Prefiero que no se invoque el deporte si es para besar su lado oscuro, el del guerrero que saquea al vencido.
La economía competitiva se puede entender y promover de dos maneras. En una, la más noble, prevalecen la preparación técnica, la laboriosidad, el dinamismo empresarial, la responsabilidad social corporativa, la cohesión social, la limpieza y la diligencia de las instituciones públicas …, en definitiva, el estar en buena forma, en buenas- sino perfectas- condiciones para afrontar los retos del presente y del futuro; y en la que los resultados (por ejemplo, más exportaciones y mayores cuotas de mercado internacional, con el enriquecimiento que ello conlleva) se esperan simplemente por añadidura, como premios sobrevenidos que se celebran compartiendo responsable y solidariamente con los países no tan preparados o en forma, sobre todo cuando no lo están por causas ajenas a ellos. Brindo por esta economía competitiva, por este “juego bonito”.
En la otra, la competitividad se plantea y promueve, sobre todo, como enconada disposición al combate, a la lucha, a la guerra (comercial, eso sí). Es una economía combativa donde ruge el egoísmo nacional, y a veces tanto que se subvencionan tramposamente las exportaciones para expulsar del mercado internacional a otros países más débiles que no pueden, o no se les deja, trampear de la misma manera; donde en el afán de superación nacional late un afán de lucro y, por ende, el enriquecimiento que proviene del sector exterior conlleva (y a veces se hace a costa de) el empobrecimiento de los países vecinos; donde, en definitiva, el comercio exterior viene a ser un juego de suma cero en el que unos ganan lo que otros pierden. No brindo por una economía donde no se permita al perdedor ganar algo. Es un pobre juego, incluso mezquino, por mucho que lo canonicen las normas del Derecho Internacional.